"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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28-07-2019 |
Negociaciones catastróficas y tregua fallida
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante la segunda y definitiva votación para la investidura. EFE/Ballesteros/Emilio Naranjo.
Santiago Alba Rico
No voté al PSOE y no voy a hablar de Pedro Sánchez . Era un hombre insustancial del aparato socialista, tan de “izquierdas” como Susana Díaz, que en 2017 se rebeló con orgullo herido contra un golpe de Estado interno a fin de recuperar la secretaría general que le habían escamoteado de malas maneras los susanistas. Para ello se apoyó en unas bases mucho más progresistas que él mismo y en un discurso de cambio que hoy se revela ignominiosamente mendaz.
Algunos pensamos entonces que la forma misma en que había dado la batalla a su partido podía llevar a Sánchez, a fuerza de pugnacidad subsidiaria, a creerse lo que decía; muchos de sus votantes también pensaron lo mismo. En una contingencia de descomposición del régimen, votantes y no votantes concebimos la esperanza, en definitiva, de un PSOE (ligeramente) renovado y peleón. Fue una ingenuidad . Hoy tenemos que aceptar una de estas dos opciones: o bien que Sánchez nunca se lo creyó, lo que lo convierte en un trilero sin escrúpulos, o bien que no tiene el coraje de oponerse a las presiones que él mismo denunció en la famosa entrevista de Jordi Évole en noviembre de 2017 , lo que lo convierte en un pusilánime narcisista y ambicioso. Las negociaciones de estos días con UP han revelado a un PSOE “clásico”, de la más pura y negra solera felipista, oscilante entre la cobardía, la arrogancia y la mentira.
Pero yo no voté al PSOE. Voté a regañadientes a los candidatos de Unidas Podemos; y les voté no porque creyese que podían ganar y gobernar. Aún más: tampoco porque quisiera que ganasen y gobernasen. Voté a UP para evitar que el PSOE venciera con demasiadas alas , apropiándose de nuevo en exclusiva el nombre de “la izquierda”; y para evitar, sobre todo, la victoria de la derecha radicalizada. Mi voto prestado - así lo escribí antes de las elecciones - apuntaba modestamente a la consecución de una tregua que, en las actuales circunstancias, sólo puede concedernos una “restauración compleja” del bipartidismo. Se trataba, por tanto, de facilitar la investidura de Sánchez, seguro vencedor de los comicios, i ncomodando al PSOE lo más posible en sus históricas inercias derechistas. Los zurcidos exitosos del régimen, junto a la malversación vertiginosa del capital político en manos de Podemos, descartaban tristemente cualquier ilusión de transformación profunda de nuestro país. El objetivo era que España siguiera siendo una excepción, sí, pero no ya por su potencia transformadora en una Europa neoliberal sino por su capacidad “conservadora” o “frenativa” en una Europa -y un mundo- destropopulista y neofascista .
Mi voto lo presté para esa tregua, que dependía -y depende-, por poco que me guste, de que gobierne el PSOE. Los resultados electorales del 28A, en los que Sánchez “robó” a Iglesias treinta diputados, obligaba a UP a entender que, habida cuenta de esa relación de fuerzas y en interés tanto de su partido como de la democracia en España, había que negociar con Sánchez una “vigilancia” y no un gobierno . Ahora que hemos aceptado con inquietante mansedumbre que se trata de disputar relatos -y no “verdades”- uno no puede dejar de preguntarse si la obstinación suicida de UP en reclamar ministerios ha obedecido a un “instinto de muerte” -el estertor entrópico de un partido que no volverá a levantar cabeza- o a un “narcisismo de aparato” lubricado a partes iguales por el infantilismo lúdico y el cálculo de supervivencia individual. Como quiera que sea, con esos mimbres y los medios de comunicación en contra, el relato estaba perdido de antemano. UP, en efecto, ha perdido el relato; pero lo malo no es eso: lo malo es que sus votantes -como los del PSOE- estamos a punto de perder el país, al que las negociaciones catastróficas de los últimos días han quitado el freno de mano en plena pendiente hacia el abismo.
Italia ha sido siempre -no Francia- la vanguardia de Europa, para lo mejor y para lo peor. Lo fue para lo mejor en los años sesenta y setenta del siglo pasado; y lo es para lo peor desde hace treinta años. Con razón, Enric Juliana advertía en un artículo reciente de los peligros de una “italianización” de España, de la que sólo nos separa la pobreza mental de nuestro “fascismo” patrio. Lo más impensable hace un mes parece de pronto inminente gracias a este acelerón cuesta abajo imprimido precisamente por las dos fuerzas a las que habíamos confiado, tras el alivio del 28A, la salvación. Las negociaciones entre el PSOE y UP, con independencia de su resultado, han discurrido de tal manera que, dado su inevitable resultado, generan las condiciones políticas y psicológicas más sombrías para un vuelco político, mental y electoral en la peor de las direcciones. Antes de esas pseudonegociaciones cataclísmicas, cuando ya era todo peligro y degradación desde la derecha, España era en todo caso un país un poco más seguro, el Parlamento un lugar un poco más sensato, los votantes un poco más confiados y razonables: esa locura irresponsable ha hecho saltar por los aires el último dique de contención . Esas negociaciones , sí, han homogeneizado en infantilismo irresponsable a la izquierda y a la derecha, como lo demostraron las sesiones de investidura en el Parlamento, foro que anticipa ya el país “real” que está fabricando el destropopulismo europeo y donde no por casualidad Aitor Esteban , un señor normal, convirtió la mayoría de edad y la cordura civilizada en una rutilante utopía de izquierdas. La suerte, en todo caso, está echada.
Nadie puede creer que de aquí a septiembre van a ponerse de acuerdo dos partidos que, en el intercambio de empellones “negociadores”, dejaron de ser potenciales aliados para devenir acérrimos enemigos, y ello hasta el punto de que un imposible acuerdo, de haberse producido, habría dado lugar no a un gobierno de coalición sino a un “gobierno de colisión” . Ahora bien, el desarrollo mismo de las negociaciones, con esta atmósfera “mental” de desamparo político en que ha dejado a los votantes, hace más necesaria que nunca la tregua que creímos haber obtenido en las últimas elecciones y que de pronto se vuelve una quimera. Descartemos un imposible gobierno de colisión; descartemos también una destructiva (o en el mejor de los casos inútil) nueva contienda electoral. ¿Qué queda?
Queda que UP se baje los pantalones y haga ahora, humillado y enrabietado, la oferta que debió hacer en mayo: apoyo a la investidura de Sánchez sin cargos ni ministerios y con acuerdos programáticos muy concretos. Que Iglesias diga sí a Sánchez explicando en el Parlamento por qué lo hace y se convierta después en un implacable negociador de cada ley y cada medida presupuestaria. El PSOE cobarde y mentiroso no se lo merece; y es probable que ya ni siquiera acepte una rendición. Pero yo presté mi voto a UP para que “moldease” al PSOE y evitase el retorno de la derecha, ahora radicalizada y sin bridas.
Tras las negociaciones de estos días lo primero es cada vez más difícil; lo segundo aún es realizable. Pero para que lo sea es necesario que UP deje a un lado su narcisismo de aparato y su darwinismo juguetón y comprenda que incluso para su partido, si es que no quiere pensar en los que dice defender, es lo más beneficioso: pues es la única manera de que conserve sus 42 escaños, ya ficticios, con la posibilidad aparejada de manejarlos en los próximos cuatro años a su favor (si es que no quiere pensar en los que dice defender). ¿Es ello posible? ¿No es más fácil conseguir que Sánchez se vuelva “de izquierdas”? Me temo que es igualmente imposible, pero yo no he votado a Sánchez (de cuya bellaca irresponsabilidad adolescente deberían pedirle cuentas sus votantes y militantes) y debo dirigirme, pues, a aquellos a los que encomendé mediante el voto una misión pequeña y concreta. Con mi voto yo quería que se salvasen los muebles , no que se quemasen en público y con el edificio entero. Los que prestamos nuestros votos (a UP o al PSOE) haremos todo lo posible en los próximos años para que la posibilidad de una política “progresista” (qué fea palabra) no pase por sus manos. Entre tanto exigimos que, de entre las cenizas, en los dos próximos meses, se rescate al menos una mesa.
Fuente: https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/07/28/alba-rico-negociaciones-catastroficas-y-tregua-fallida/
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